A un año del inicio de la pandemia, el Ecuador sigue de tumbo en tumbo: el sistema de salud pública casi en el colapso, la gente lejana de hacer empatía por los más vulnerables y las decisiones de las autoridades de desacierto en desacierto.
Tres son las recomendaciones generales que a nivel mundial se han establecido como mecanismos para contener el contagio de la Covid-19: uso permanente de mascarillas en el espacio público, lavado constante de manos o uso de gel antiséptico y distanciamiento social.
El distanciamiento social tiene que ver fundamentalmente con evitar aglomeraciones; sin embargo, solo en Quito, la municipalidad ha intervenido reuniones clandestinas masivas en diferentes puntos de la ciudad. En estas reuniones, como factor común, jóvenes consumiendo alcohol, sin importarles que pueden ser portadores del virus y perjudicar a sus seres queridos. Pero qué se puede esperar de estos chicos si en la intervención de la autoridad se han encontrado, en canchas deportivas, personas adultas con comportamientos agresivos hacia quienes intentan hacer cumplir la ley. En las calles, el uso de la mascarilla se lo hace por debajo de la nariz. Incluso hay lugares en las que ya ni se la utiliza.
Desde el inicio de la pandemia, los estudios de seguridad daban cuenta de que uno de los factores que potenciaban la letalidad del virus, era precisamente la falta de consciencia de la población sobre la crisis por la que atraviesa el mundo. Ya se pueden ir entendiendo las razones que coadyuvan a la situación en la que se encuentra el país en lo sanitario.
Este escenario incide directamente en el sistema de salud pública, ya que la falta de consciencia de la población provocó la saturación de los hospitales del país. Pero, lo principal, es el desgaste al que han sido sometidos los médicos, a esos que los califican como héroes de mandil blanco, pero que no los consideran. Y por si fuera poco la desconsideración de un segmento importante de la población, las autoridades no han sido capaces de dotarles del equipo necesario para enfrentar la crisis sanitaria y no los han visto como prioridad en la fase de vacunación, en la cual han preferido asegurar a la gallada. Se debe sumar necesariamente a esto el debilitamiento al que fue sometido en los últimos años el sistema de salud pública.
Hay un tercer factor que se constituyen en la cereza del pastel: las decisiones de las autoridades, las cuales quedarán en la memoria de esta generación y plasmadas en los libros de Historia. Estas decisiones, un sistema de salud público débil y una población que no dimensiona la gravedad de la pandemia han dejado como resultado miles de contagios, muertes y dolor. No es coincidencia lo que ocurre en Ecuador, es la combinación peligrosa de este coctel lo que nos coloca en el ámbito internacional como uno de los países que peor ha manejado la crisis sanitaria.